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Los desposeídos


LOS DESPOSEÍDOS, de Szilárd Borbély

Por María Díaz (profesora de Lengua Castellana y Literatura)

En esta novela, un niño de 10 años desgrana recuerdos de su vida en un pueblo húngaro cerca de la frontera con Rumanía y Ucrania. Nos sitúa en la década de los 60 hasta 1973, fecha en que se muda de casa con su familia. El fresco que compone de su tiempo trasciende lo puramente histórico. Las alusiones a la Hungría del periodo de entreguerras y posteriores se justifican por ser el telón de fondo que el niño necesita para retratar a los personajes de su entorno (judíos, kuláks, exiliados, etc.), en un intento conmovedor de explicarse el mundo que le ha tocado vivir.  


El acierto de la novela reside, a mi juicio, en el punto de vista narrativo infantil y en el tremendismo de sus relatos en tiempo presente. Con estos ingredientes, el autor consigue conmover y estomagar al mismo tiempo: el niño ha madurado demasiado pronto a fuerza de miseria, crueldad y exclusión social; ha comprendido antes de tiempo que la vida no es nada fácil para los desposeídos y que la filiación política, étnica y religiosa determina el lugar que cada uno ocupa en el mundo. Enternece que todavía conserve, limpia de resentimiento y odio, la mirada. 



La vida dentro y fuera de su casa es muy dura y deshumanizada. No son buenos tiempos para la lírica y lo urgente para él es evadirse como sea. Cuando el maltrato animal se incluye en los pasatiempos infantiles, cuando todo el mundo escupe porque no se aguanta, cuando a los niños se les prohíbe hasta soñar metiéndoles un gato muerto bajo la almohada, cuando se hurga con delectación en los vientres putrefactos de animales muertos, cuando uno se imagina muerto demasiadas veces, etc., entonces es cuando el niño recurre a sus pensamientos para evadirse y a su manía de dividir números primos, con los que se identifica por ser diferentes y solitarios. Quizás pretenda también, sin saberlo, conjurar los separatismos de su país.   Cuando se cierra la novela, se siente por estos desposeídos el mismo respeto que nos infundió el personaje de Pascual Duarte en la obra de C. J. Cela. Claro, que desde la tranquilidad y distancia de nuestros sillones, esto es fácil. 

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