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El pianista

Manuela López

2º ESO  B

Sola en casa estaba ella cuando sucedió.


La casa, recién comprada, pero muy antigua, un caserón que se alzaba sobre una colina, estaba desierta, exceptuando a esta joven muchacha que dormía plácidamente en su cama. Sus padres habían salido a cenar tras la agotadora mudanza, dejando a la joven sola, únicamente acompañada por el gato y las toneladas de polvo acumulado durante el tiempo en que la casa había estado deshabitada.

Y la chica dormía.

Y el gato que dormía.

Y el polvo que dormía.

Y la casa que… ¿dormía?


Entonces el piano comenzó a sonar.


Y la chica abrió los ojos.


El piano… ¿pero qué piano? Ellos no tenían piano.

La chica se incorporó. Escuchó con atención.



Pero, ¿cómo…?


Se levanta de la cama.

El gato que bufa.

El polvo que duerme.

La chica que escucha.

Y el piano que suena.

Y el gato que calla.

Un maullido lastimero. Y silencio.

La chica aguanta la respiración.


-¿Gato?-pregunta con un susurro, ya que así es como se llamaba el animalito.


Y no hay respuesta. Y la muchacha avanza. Y tropieza. Tropieza con…


El alarido de la chica es ahogado por más notas del piano.

La chica trata de relajarse.


Inspira, expira; inspira, expira…


Así hasta que los latidos de su corazón recuperan un ritmo normal.

Y frunce el ceño y avanza hacia el sonido triste del piano, ignorando el cuerpecito sin cabeza de su amigo gatuno.

Comienza a caminar, temblorosa, por los lúgubres pasillos de la casa.

Un susurro, un golpe, un chasquido, un chirrido…

La música sube de tono, cada vez más. Quien sea que toque está enfadado. Muy enfadado.


Un largo escalofrío recorre la columna vertebral de la muchacha.

Y la música baja de tono otra vez.

De nuevo suena triste. Melancólica.

Y la chica sigue avanzando. Y la música se oye más nítidamente.

Y más. Y más. Y todavía más.

Hasta que se topa con una puerta, vieja, astillada y abollada.


Una puerta. Juraría que no estaba ahí antes.

La chica duda. ¿Debe abrirla?

La música vuelve a subir de tono. Otra vez parece enfadado. Ni se te ocurra, parece decirle.

Aun así, valiente, la chica la abre.

Sea quien sea el que está ahí dentro…está triste, enfadado y melancólico a la vez. Desesperado.


Está todo a oscuras cuando la niña cruza la puerta.

Y el piano sigue sonando.




Ella saca una caja de cerillas de su bolsillo izquierdo, y en cuanto prende la llama, la música cesa.


A la luz de la cerilla, la chica distingue una polvorienta habitación sin ventanas. No está amueblada, no hay nada.

Exceptuando, claro, al negro piano de cola que hay en el centro de la sala. Pero ni rastro del melancólico pianista.




Avanza hacia el piano. Con la punta de los dedos roza las teclas, y el cálido taburete.


Cálido…como si alguien se hubiera sentado hace un momento.


Da un paso atrás aterrada. Sin dejar de mirar el taburete.


De repente algo le llama la atención.

Eso que hay a escasos metros del taburete, ¿no será…?

Y apenas le da tiempo a asimilarlo cuando una gélida mano le tapa la boca ahogando su grito de espanto.

Un dolor profundo en la cabeza, una dolorosa explosión en el pecho, todo empieza a verse borroso.

La chica yace en el suelo. Junto a la cabeza de su gatito.

Y el piano comienza a sonar otra vez.

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